Pasividad cómplice

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Hola.

No era sorpresa. La Izquierda sabía que, una vez llegado Peña Nieto al poder, profundizaría y dinamizaría el proyecto neoliberal en México, que fue interrumpido en su velocidad al salir Zedillo del poder. Porque, aunque es difícil reconocerlo, aunque Fox y Calderón eran derechistas y panistas, no eran tan neoliberales como ese “nuevo PRI” tan previsible como siempre.

Así, sabíamos que venía una serie de reformas estructurales que, además de buscar cambiar el régimen y la estructura política, económica, social y cultural de México, buscaría privatizar lo que queda de él. Y la Izquierda no se preparó para ello.

Por una parte, la Izquierda electoral (PRD, PT, MC y MORENA, considerando que MC está más hacia el centro que a la Izquierda, y MORENA pese a decirse movimiento, su actividad se concentró en acciones para obtener el registro como partido político, por lo que no puede considerarse movimiento) se fraccionó en dos: una decidió pactar y acompañar al régimen priísta (PRD), y la otra inexplicablemente y absurdamente se limitó a oponerse en el debate y en los medios de comunicación, pero no pudo (o no quiso) oponerse abierta y frontalmente al sistema político.

La otra Izquierda, la social, no pudo oponerse al régimen con la fuerza y vigor que hubiera querido (y necesitado México). El cúmulo, velocidad y tamaño de las reformas neoliberales, agregando las problemáticas locales que crearon los gobernadores, lograron fragmentar a esa Izquierda social que hubiera podido aglutinarse para hacer frente a las reformas, pero que solo pudieron focalizarse a su ámbito cercano.

Esa Izquierda, que podía sacar a las calles a la gente, tomar y cerrar carreteras, aeropuertos, puertos marítimos, palacios de gobierno, presidencias municipales e instalaciones estratégicas del Estado para impedir el avance de las reformas neoliberales, se limitó a realizar el gran acto revolucionario de boicotear el mundial, ver el debate energético en el Canal del Congreso (para después quejarse en redes sociales) y limitarse a actuar mediante los cauces institucionales, los cuales están secuestrados, podridos, viciados y corruptos.

Así, la más grande y temible acción que hizo la Izquierda electoral (PRD y MORENA, cada quien por su lado) es recoger firmas para pedirle a esas instituciones secuestradas, podridas, viciadas y corruptas que hagan el favor de organizar una consulta que, de entrada, las instituciones no quieren organizar (e, incluso, hicieron un marco legal a modo para que llegado el momento puedan negarla con la mano en la cintura) porque llevan las de perder.

De hecho, una consulta, un referéndum o un plebiscito, en un país con garantías democráticas, es un poderoso instrumento para la sociedad. Pero en México, donde vivimos una simulación democrática autoritaria oligárquica, pedir una consulta a un Estado interesado en no hacerla es una pérdida de tiempo.

Pero eso no es todo: ahora el patriotismo se mide con firmas. La congruencia y acciones del pasado no cuentan. Lo único que distingue a un patriota de otro menos patriota es la cantidad de firmas que ha recogido cada uno. Y si otro decide no sacar firmas, por falta de tiempo o por no estar de acuerdo, no sólo es un traidor al movimiento (que de movimiento no tiene nada), sino también un traidor a la Patria.

La militancia ahora es feligresía, y la ideología se ha transformado en dogma y en fe. Y la fe, no se cuestiona. Y cuando eso sucede, para eso está el feligrés, dispuesto a convertirse en Yihad para que nada toque el culto.

Eso si: mientras la Izquierda social se enfrenta al Estado, es reprimido y hasta tiene muertos, la Izquierda electoral hace la gran labor de indignarse en redes sociales, condenar los hechos y solidarizarse vurtualmente con los movimientos. Pero, para ellos, sigue la única y gran tarea que salvará a México: recoger firmas para una consulta previamente negada por el Congreso y la Suprema Corte. Eso si, sin atreverse a salir de la zona de confort personal, y sin la intención de modificar de raíz el status quo vigente. Ah! Y actuar como Yihad.

La Izquierda no se preparó para lo que venía (y había tiempo. Mucho tiempo). La Reforma Energética y sus leyes secundarias es una gran derrota histórica para ella, y un grave retroceso de siglo y medio para el país. Se ha acabado la Revolución. Ahora todo es neoporfirismo.

Y no ha concluído: sigue la privatización de la salud, y el aniquilamiento de las instituciones públicas de salud (IMSS, ISSSTE, SSA) en beneficio de las farmaceúticas trasnacionales.

Ojalá quepa en la cabeza de dirigentes y militantes de Izquierda que, mientras sigamos fragmentados, no podremos hacer frente al régimen que ha regresado con mayor fuerza y cinismo que antes. Que las instituciones ya no son el camino para la transformación que requiere México. Que la transformación vendrá desde la sociedad civil, y sólo cuando hayamos tocado fondo.

Decía Fidel Velázquez, que el PRI llegó al poder “a costa de balazos, y sólo con balazos nos podrán sacar”. Una verdad cínica que habría que reflexionar, sobre todo en tiempos donde ya no quedan muchos caminos y alternativas para la transformación.

Todo caerá por su propio peso. Y a cada quien lo juzgará la Historia. Ya sea que haya realizado un pacto traidor con el régimen, o que haya asumido una pasividad cómplice, al no moverse ante lo previsible y lo obvio. Asumamos nuestra responsabilidad histórica en haber dejado pasar la Reforma Energética (y las demás) sin siquiera protestar mínimamente, y reconozcamos que fuimos cómplices por pasividad.

Las reformas ya están aprobadas, y palo dado ni Dios lo quita. No lloremos como niños lo que no defendimos como hombres.

Saludos. Dejen comentarios.

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