La familia natural, la yihad católica y la opresión

Hola.

El día de hoy, en varias ciudades a lo largo de México, diversos grupos vinculados con la Iglesia Católica, la ultraderecha y, en general, con los sectores conservadores de este país, pero encabezados por el autodenominado Frente Nacional por la Familia, así como por Provida, convocaron a la Marcha por la Familia, con la finalidad de exigir a Enrique Peña Nieto el retiro de su iniciativa de ley para reconocer el derecho al matrimonio igualitario en todo el país.

En su página de internet, el Frente Nacional por la Familia asegura que está decidido a luchar y ha llevado a cabo diversas acciones en defensa del matrimonio y la familia natural.

Llama la atención su principal tesis argumental: que esta protesta la realizan en defensa del matrimonio y la familia natural. Así, uno comienza a preguntarse ¿de qué familia natural hablan? ¿Qué implicaciones tiene este argumento por demás vago y ambiguo? No hay, siquiera, un punto de acuerdo para saber cuál es la familia natural que pregonan los convocantes a la marcha, pues según sea el punto de vista que uno adopte, se encontrará con distintos orígenes de la familia.

Según el libro del Génesis (origen y base de todas las religiones judio-cristianas), Dios creó a Adán a partir de un trozo de barro. Sin embargo, al ver que Adán estaba solo, decidió darle una compañera, para lo cual lo durmió, y tomó una costilla de él, y de ahí creó a Eva. Sin embargo, al haber probado el fruto prohibido y ser expulsados del Paraíso, tuvieron descendencia. Así, los primeros hijos de Adán y Eva fueron Abel y Caín. Crecieron, y Abel se convirtió en agricultor, mientras que Caín se convirtió en cazador. En algún momento llevaron sus ofrendas a Dios (Abel vegetales, y Caín un cordero), y este prefirió las ofrendas del agricultor sobre las del cazador. Lleno de envidia y cólera, Caín mata a Abel con una quijada de burro, y después de descubierto y confesado el crimen, es expulsado de la familia. Posteriormente, Adán y Eva tienen un tercer hijo: Set. Sin embargo, el Génesis no es muy claro en cómo se reproduce Set, y como los hebreos, posteriormente, van poblando el mundo.

Así, sin meternos en mayores complicaciones, podríamos asegurar que, desde el punto de vista judeo-cristiano, la familia natural es un padre hecho de barro, una madre hecha de una costilla, un hijo asesino, un hijo asesinado, y un hijo hermafrodita.

Si optamos por un criterio mayormente científico y aceptado hasta nuestros días, podemos encontrar rastros de la familia natural en el libro Sobre el origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado: a la luz de las investigaciones de Lewis H. Morgan, donde Friedrich Engels nos lleva de la mano a través de la evolución de la familia, y llega a conclusiones sorprendentes.

Engels, en todo momento, hace referencia a las investigaciones de Lewis H. Morgan para después hacer sus propias conclusiones. Así, comienza argumentando que

La familia, dice Morgan, es el elemento activo; nunca permanece estacionada, sino que pasa de una forma inferior a una forma superior a medida que la sociedad evoluciona de un grado más bajo a otro más alto. Los sistemas de parentesco, por el contrario, son pasivos; sólo después de largos intervalos registran los progresos hechos por la familia y no sufren una modificación radical sino cuando se ha modificado radicalmente la familia”. “Lo mismo -añade Carlos Marx- sucede en general con los sistemas políticos, jurídicos, religiosos y filosóficos”. Al paso que la familia sigue viviendo, el sistema de parentesco se osifica; y mientras éste continúa en pie por la fuerza de la costumbre, la familia rebasa su marco.

Engels continúa hablando sobre la concepción tradicional de la familia, donde expone que

La concepción tradicional no conoce más que la monogamia, al lado de la poligamia del hombre, y, quizá, la poliandría de la mujer, pasando en silencio -como corresponde al filisteo moralizante- que en la práctica se salta tácitamente y sin escrúpulos por encima de las barreras impuestas por la sociedad oficial. En cambio, el estudio de la historia primitiva nos revela un estado de cosas en que los hombres practican la poligamia y sus mujeres la poliandría y en que, por consiguiente, los hijos de unos y otros se consideran comunes. A su vez, ese mismo estado de cosas pasa por toda una serie de cambios hasta que se resuelve en la monogamia. Estas modificaciones son de tal especie, que el círculo comprendido en la unión conyugal común, y que era muy amplio en su origen, se estrecha poco a poco hasta que, por último, ya no comprende sino la pareja aislada que predomina hoy.

En efecto: no existía la unión monógama, sino la familia natural se conformaba con mujeres poliandras y hombres polígamos.

Reconstituyendo retrospectivamente la historia de la familia, Morgan llega, de acuerdo con la mayor parte de sus colegas, a la conclusión de que existió un estadio primitivo en el cual imperaba en el seno de la tribu el comercio sexual promiscuo, de modo que cada mujer pertenecía igualmente a todos los hombres y cada hombre a todas las mujeres. […] Sabemos hoy que las huellas descubiertas por él no conducen a ningún estado social de promiscuidad de los sexos, sino a una forma muy posterior; al matrimonio por grupos.

Este estado de promiscuidad va generando, de forma (esa si) natural, los grupos consanguíneos, la estructura del parentesco, al mismo tiempo que se va dando un segundo fenómeno: la familia punalúa, lo que da origen a las reglas del incesto.

Sin embargo, el paso más importante y trascendente de esto es lo que el Frente Nacional por la Familia ha denominado la familia natural. En palabras de Engels,

En ninguna forma de familia por grupos puede saberse con certeza quién es el padre de la criatura, pero sí se sabe quién es la madre. Aun cuando ésta llama hijos suyos a todos los de la familia común y tiene deberes maternales para con ellos, no por eso deja de distinguir a sus propios hijos entre los demás. Por tanto, es claro que en todas partes donde existe el matrimonio por grupos, la descendencia sólo puede establecerse por la línea materna, y por consiguiente, sólo se reconoce la línea femenina. En ese caso se encuentran, en efecto, todos los pueblos salvajes y todos los que se hallan en el estadio inferior de la barbarie; y haberlo descubierto antes que nadie es el segundo mérito de Bachofen. Este designa el reconocimiento exclusivo de la filiación maternal y las relaciones de herencia que después se han deducido de él con el nombre de derecho materno; conservo esta expresión en aras de la brevedad. Sin embargo, es inexacta, porque en ese estadio de la sociedad no existe aún derecho en el sentido jurídico de la palabra.

Es por esto, el derecho de herencia (el saber con certidumbre que quien sea mi heredero sea realmente mi hijo, y no hijo de otro) por lo que se va instituyendo, en primera instancia, la monogamia, y posteriormente, el matrimonio con un solo hombre.

Cuanto más perdían las antiguas relaciones sexuales su candoroso carácter primitivo selvático a causa del desarrollo de las condiciones económicas y, por consiguiente, a causa de la descomposición del antiguo comunismo y de la densidad, cada vez mayor, de la población, más envilecedoras y opresivas debieran parecer esas relaciones a las mujeres y con mayor fuerza debieron de anhelar, como liberación, el derecho a la castidad, el derecho al matrimonio temporal o definitivo con un solo hombre. Este progreso no podía salir del hombre, por la sencilla razón, sin buscar otras, de que nunca, ni aun en nuestra época, le ha pasado por las mientes la idea de renunciar a los goces del matrimonio efectivo por grupos. Sólo después de efectuado por la mujer el tránsito al matrimonio sindiásmico, es cuando los hombres pudieron introducir la monogamia estricta, por supuesto, sólo para las mujeres.

Sin embargo, la introducción de la monogamia debería abolir la línea consanguínea a partir de la madre, para pasar al padre, y así fue.

Convertidas todas estas riquezas en propiedad particular de las familias, y aumentadas después rápidamente, asestaron un duro golpe a la sociedad fundada en el matrimonio sindiásmico y en la gens basada en el matriarcado. El matrimonio sindiásmico había introducido en la familia un elemento nuevo. Junto a la verdadera madre había puesto le verdadero padre, probablemente mucho más auténtico que muchos “padres” de nuestros días. Con arreglo a la división del trabajo en la familia de entonces, correspondía al hombre procurar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para ello; consiguientemente, era, por derecho, el propietario de dichos instrumentos y en caso de separación se los llevaba consigo, de igual manera que la mujer conservaba sus enseres domésticos. Por tanto, según las costumbres de aquella sociedad, el hombre era igualmente propietario del nuevo manantial de alimentación, el ganado, y más adelante, del nuevo instrumento de trabajo, el esclavo. Pero según la usanza de aquella misma sociedad, sus hijos no podían heredar de él, porque, en cuanto a este punto, las cosas eran como sigue.

Con arreglo al derecho materno, es decir, mientras la descendencia sólo se contaba por línea femenina, y según la primitiva ley de herencia imperante en la gens, los miembros de ésta heredaban al principio de su pariente gentil fenecido. Sus bienes debían quedar, pues, en la gens. Por efecto de su poca importancia, estos bienes pasaban en la práctica, desde los tiempos más remotos, a los parientes más próximos, es decir, a los consanguíneos por línea materna. Pero los hijos del difunto no pertenecían a su gens, sino a la de la madre; al principio heredaban de la madre, con los demás consanguíneos de ésta; luego, probablemente fueran sus primeros herederos, pero no podían serlo de su padre, porque no pertenecían a su gens, en la cual debían quedar sus bienes. Así, a la muerte del propietario de rebaños, estos pasaban en primer término a sus hermanos y hermanas y a los hijos de estos últimos o a los descendientes de las hermanas de su madre; en cuanto a sus propios hijos, se veían desheredados.

Así, pues, las riquezas, a medida que iban en aumento, daban, por una parte, al hombre una posición más importante que a la mujer en la familia y, por otra parte, hacían que naciera en él la idea de valerse de esta ventaja para modificar en provecho de sus hijos el orden de herencia establecido. Pero esto no podía hacerse mientras permaneciera vigente la filiación según el derecho materno. Este tenía que ser abolido, y lo fue. Ello no resultó tan difícil como hoy nos parece. Aquella revolución -una de las más profundas que la humanidad ha conocido- no tuvo necesidad de tocar ni a uno solo de los miembros vivos de la gens.

Todos los miembros de ésta pudieron seguir siendo lo que hasta entonces habían sido. Bastó decidir sencillamente que en lo venidero los descendientes de un miembro masculino permanecerían en la gens, pero los de un miembro femenino saldrían de ella, pasando a la gens de su padre. Así quedaron abolidos al filiación femenina y el derecho hereditario materno, sustituyéndolos la filiación masculina y el derecho hereditario paterno.

Engels continúa

El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida. El primer efecto del poder exclusivo de los hombres, desde el punto y hora en que se fundó, lo observamos en la forma intermedia de la familia patriarcal, que surgió en aquel momento. Lo que caracteriza, sobre todo, a esta familia no es la poligamia, de la cual hablaremos luego, sino la “organización de cierto número de individuos, libres y no libres, en una familia sometida al poder paterno del jefe de ésta […].

Esta forma de familia señala el tránsito del matrimonio sindiásmico a la monogamia. Para asegurar la fidelidad de la mujer y, por consiguiente, la paternidad de los hijos, aquélla es entregada sin reservas al poder del hombre: cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho.

Finalmente, Engels concluye su exposición sobre la familia monogámica, la natural, diría el Frente Nacional por la Familia:

Se funda en el predominio del hombre; su fin expreso es el de procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible; y esta paternidad indiscutible se exige porque los hijos, en calidad de herederos directos, han de entrar un día en posesión de los bienes de su padre. La familia monogámica se diferencia del matrimonio sindiásmico por una solidez mucho más grande de los lazos conyugales, que ya no pueden ser disueltos por deseo de cualquiera de las partes. Ahora, sólo el hombre, como regla, puede romper estos lazos y repudiar a su mujer. También se le otorga el derecho de infidelidad conyugal, sancionado, al menos, por la costumbre (el Código de Napoleón se lo concede expresamente, mientras no tenga la concubina en el domicilio conyugal), y este derecho se ejerce cada vez más ampliamente, a medida que progresa la evolución social.

En resumen, la familia natural es la historia del sometimiento, privación y privatización de la mujer por el hombre, una forma de esclavismo moderno basado, fundamentalmente, en la posesión de otro ser humano.

Esa es la familia natural que quiere rescatar el Frente Nacional por la Familia. Familia natural que, dicho sea de paso, no es tan predominante en nuestro país. Según el INEGI, la relación matrimonios/divorcios por año se ha comportado de la siguiente forma en los últimos 25 años:

Es decir, mientras ha ido disminuyendo el número de matrimonios a nivel nacional (por razones que no expondré aquí), el número de divorcios ha ido en aumento en los últimos 25 años, y casi son triplicados en 2014 a los que había en 1990.

Aunque no hay datos específicos del INEGI, se estima que al menos el 30% de las familias en México son encabezadas por padres o madres solteros. Esto quiere decir, además, que el modelo de familia promovido por estas organizaciones difiere sustancial y radicalmente de la conformación de nuestra sociedad.

Sin embargo, el Frente Nacional por la Familia se ha enfocado en argumentar que las familias homoparentales son la principal fuente de destrucción de la familia que ellos consideran natural, y con base en un discurso de odio, buscan detener una iniciativa que reconoce un derecho humano, anteponiendo cuestiones religiosas, morales y dogmáticas a cualquier argumento racional.

Así, la yihad católica ha mostrado sus fauces, y está generando un clima hostil para todos aquellos que no comulgamos con sus creencias. Y resulta peligroso y alarmante, además, que un grupo de fanáticos religiosos e intolerantes pretendan imponer a los demás una visión del mundo por demás retrógrada y, además, sin las bases científicas adecuadas.

Si realmente queremos retomar el modelo de familia natural, quitemos las cadenas de la esclavitud moderna del matrimonio y regresemos a la gens, a la poligamia y poliandría, a los matrimonios colectivos, y al reconocimiento de la línea consanguínea materna por encima de la paterna. Eso, además, sería reivindicar el papel de las mujeres en la vida de nuestra sociedad, la cual la familia natural, por excelencia, ha socavado, oprimido y esclavizado. Y dejemos en paz a los que tienen preferencias sexuales distintas.

Odiar al prójimo si es pecado. Amarlo no. Y Dios no perdona a los que utilizan su nombre en vano.

Un último dato: algunos de los defensores de la familia natural, han puesto a José, María y Jesús como modelo de familia. Según las últimas investigaciones del linaje de Jesús, María sería la segunda pareja de José (puesto que Jesús tenía medios hermanos). Y según otras investigaciones, Jesús sería hijo bastardo de José, puesto que el verdadero padre de Jesús sería un soldado romano pero, al ser la lapidación la posible condena María por cometer adulterio y además “pecar” con un gentil romano, surgió el mito de la concepción gracias al Espíritu Santo. Ese es el modelo de familia natural que promueve el odio. Benditos sean a la viña del Señor.

Saludos. Dejen comentarios.

Los misterios de Dios

Hola. Éste texto quise escribirlo desde que me enteré del hecho, pero por algunas razones no pude escribirlo hasta hoy. Espero que el lector me disculpe.

Hace algunos días, el arzobispo Jorge Mario Bergoglio (cuyo apellido dio mucho de qué hablar en las redes sociales, sobre todo en Latinoamérica) fue ungido como el Papa 266 de la Iglesia Católica, el Papa Francisco. Mentiría si dijera que no me sorprendió que un latinoamericano fuera elegido para ocupar la Sede Vacante de San Pedro, y más aún el hecho de que fuera argentino.

Sin embargo, no es de extrañar la decisión de la curia católica al respecto. Mucho énfasis se ha hecho en que “éste es el papa que precisamente necesita la Iglesia Católica en éstos momentos”. Y no es mentira lo mencionado. El nombramiento del actual Vicario de Cristo tiene dedicatoria: América Latina, y además tiene apellido.

El Catolicismo, como tal, es una de las religiones más grandes del mundo y, por ende, de las más rentables también. En conjunto, las religiones cristianas (incluyendo protestantes, ortodoxos y misceláneos) abarcan la tercera parte de la población mundial (aproximadamente 2,180 millones de personas) de los cuales, poco más de la mitad son católicos (1,196 millones, 17.5%), y se cree que de éstos, un poco más de la mitad (51%, 547 millones) viven en América Latina, los cuales, habría que recordar, fueron sometidos y conquistados para adoptar ésta religión y, además, cabe señalar que en nuestro continente el catolicismo es un sincronismo cultural con las religiones prehispánicas que existían antes de 1519.

A pesar de ser el continente con mayor cantidad de fieles en el mundo, la Religión Católica ha registrado una caída en el número de fieles en los últimos 50 años, y está relacionado con diversos factores, entre otros los propios hechos y acciones que ha llevado la Iglesia en el continente, sobre todo en materia política, en donde la mayoría de los sacerdotes, obispos y arzobispos se han aliado al poder en turno, sobre todo en aquellos países donde ha gobernado la derecha, sin importar los métodos empleados para mantener el orden en la población.

El propio Bergoglio ha sido acusado en su país de haberse aliado a la dictadura argentina en los 70’s y, aunque El Vaticano se ha esmerado en descalificar a los críticos del nuevo papa al calificarlos como izquierda anticlerical, lo cierto es que existen evidencias que, si bien pudo no haber participado en las desapariciones y asesinatos contra líderes de izquierda dentro y fuera de la Iglesia Católica argentina, si existen indicios que es responsable por omisión al no haber levantado la voz contra el sistema autoritario del momento y, peor aún, existen evidencias de una probable relación con ese poder autoritario y represor (La Jornada publicó una foto de Bergoglio con Videla, tomada en una reunión en la década de los 70’s).

Así, una primera vertiente nos indica que Bergoglio fue ungido con el fin de evitar una mayor deserción de fieles católicos en América Latina y, de ser posible, revertir ésta tendencia. Parte de la estrategia se ha visto en los primeros días de papado, al “romper” los protocolos de seguridad y de etiqueta, algo sumamente popular en América Latina.

La segunda vertiente -considero- es revertir otro gran proceso que se está llevando a cabo en América Latina desde hace ya algunos años: la izquierdización del continente. En los últimos 15 años, producto de los malos gobiernos y del fracaso del neoliberalismo como corriente ideológica de pensamiento e imposición política sobre los distintos pueblos de América, se comenzó a dar un proceso en el cual distintos gobiernos de Izquierda, electos democráticamente, han conseguido el poder de forma pacífica, y han demostrado al mundo que otro mundo es posible.

Mediante diversas políticas públicas y económicas, países como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, Uruguay, Nicaragua y Perú han roto paradigmas, y han realizado con éxito la difícil tarea de combatir y disminuir la pobreza en sus respectivos países, desobedeciendo los mandatos de los grandes organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Ésto, por supuesto, ha disminuido la dependencia económica y la injerencia política de USA y las empresas trasnacionales, y ha desplazado a la Iglesia Católica de su anterior papel social de sometimiento y apaciguador en dichos países al priorizar la consciencia y la razón por encima del dogma de la fe. En éste sentido, el catolicismo, al haber sido aliado y alcahuete de los gobiernos represores derechistas en América Latina, ha perdido terreno en el ámbito político, social y cultural en dichos países.

Sin embargo, la presencia de un papa identificado con la región hace ver que el intento por frenar ésta tendencia izquierdista y renovadora en América Latina existirá, será impulsado por y en nombre de Dios (como muchas de las catástrofes humanas que han existido en éste planeta en toda la Historia) y encabezado por la Iglesia Católica por medio de su alfil Francisco, para que las buenas consciencias y los dueños del poder puedan nuevamente ejercerlo con la gracia y tranquilidad que antes lo ejercían, y que el proceso de conquista y sometimiento siga al menos 500 años más.

Sin embargo, la consciencia una vez que ha adquirido ese carácter, difícilmente volverá a su letargo de sueño y pasividad. No nos queda más que resistir y avanzar en nuestro proceso de despertar consciencias, para que al final, aunque intenten revertir ese proceso, lo que sea de Dios, que se quede con Dios, y lo que es del César, al César.

Saludos. Dejen comentarios.

Juan Pablo II ¿Santo?

Hola. Sé que ésta entrada causará polémica, pero es necesario dar otro enfoque del tema.

A lo largo de muchos siglos, la Iglesia Católica (que es la institución más vieja que conoce el Hombre, y la que tiene más experiencia por excelencia) ha ingresado a su lista de santos a muchos personajes que, si bien fueron importantes para la evangelización y difusión de su fe, tampoco ameritan tal honor. Así mismo, existen otros que por su historia personal o su reputación , hacen cuestionarse sobre los méritos que se necesitan para llegar a tener tal título nobiliario dentro de la jerarquía católica.

Pues bien, a ésta lista de personajes destinados para el culto y la salvación eternas, viene a agregarse un líder de ésta religión, muerto hace 5 años: Juan Pablo II. Precisamente, por la propia naturaleza del personaje, y dado el poco tiempo que ha pasado desde su fallecimiento, resulta por demás extraño que apenas comenzado el año se haya anunciado su beatificación, y en mayo se consume su canonización.

Para introducir una causa de beatificación se exige que transcurra un plazo. El derecho exige actualmente que haya transcurrido un plazo de cinco años desde la muerte del fiel y que no hayan pasado cincuenta años. Anteriormente se establecía que debían transcurrir más de cincuenta años antes de iniciar el proceso de beatificación. La legislación actual ha decidido reducir el plazo a cinco años para evitar la desaparición de pruebas. De todas maneras, el Papa puede dispensar del plazo de cinco años. En los últimos años se han dado dos dispensas: una concedida por Juan Pablo II para iniciar el proceso de la Madre Teresa de Calcuta, y otro por Benedicto XVI para iniciar el proceso de canonización de Juan Pablo II. En el tiempo de espera y hasta que se proceda a su beatificación, la Iglesia prohibe que bajo cualquier aspecto se dé siquiera la apariencia de culto público al fiel que ha muerto con fama de santidad.

La espera de cinco años o más, sin embargo, puede ser muy fructífera. Los promotores de una causa de beatificación pueden aprovechar estos años para recoger testimonios de personas que conozcan la vida del candidato a santo y que puedan ilustrar la fama de santidad, así como para redactar una biografía de exquisito rigor histórico y con buen aparato crítico y cuidada documentación, que eventualmente pueda servir para presentarla en los procesos competentes. Además será muy útil que difundan la devoción privada al fiel cuya canonización desean promover. Se suele hacer mediante la difusión de estampas u hojas informativas, y actualmente se incorporan nuevos medios: documentales y vídeos, páginas web, etc. También se pueden editar libros y folletos, como la biografía que se ha preparado para el proceso, u otras más sencillas para la divulgación, con tal de que sean rigurosamente históricas.

Quienes deseen promover la beatificación de un fiel, pueden editar y distribuir estampas, hojas informativas y otros impresos en las que se contengan oraciones al fiel, pero en ellos debe constar la finalidad de la devoción privada de dicho material impreso. Si además se redacta una oración para la devoción privada, se debe pedir la aprobación al Obispo competente. (Iuscanonicum.org. El proceso de beatificación y canonización. http://www.iuscanonicum.org/index.php/derecho-procesal/47-otros-procesos-canonicos-especiales/247-el-proceso-de-beatificacion-y-canonizacion)

Para todo aquel que desee profundizar más en éste sentido, recomiendo dos textos: http://www.iuscanonicum.org/index.php/derecho-procesal/47-otros-procesos-canonicos-especiales/247-el-proceso-de-beatificacion-y-canonizacion y Esquema del proceso de beatificación y canonización

Por otra parte, a Juan Pablo II ya lo estaban canonizando desde que se encontraba en agonía, pues ya desde entonces se hablaba de convertirlo en santo. ¿Cuál es el sentido, entonces, de santificar a un personaje muerto apenas hace algunos años, y que el papa dispense del plazo establecido para tal efecto? La respuesta se dará más adelante, pero antes analizaremos una serie de hechos que nos ayudarán en nuestra hipótesis central.

Karol Wojtyla llega al papado en un periodo turbulento y oscuro de la Iglesia Católica. Su antecesor, Juan Pablo I, oficialmente muerto de un infarto apenas un mes después de haber asumido el cargo, pero existen ciertas dudas con respecto a su merte, debido al carácter progresista que se vislumbraba de su propio papado, mostrado desde el mismo momento de asumir, al poner como lema de su papado Humildad, y rechazando su coronación y la Tiara Papal. Cuando asume el cargo, Karol adopta el nombre de Juan Pablo II, dice, como un homenaje a su antecesor. De inmediato, Karol Wojtyla adopta como misión fundamental de su papado revitalizar, evangelizar y reevangelizar la fe católica.

Esto lo hace de distintas formas en distintos frentes a lo largo y ancho del mundo: en América Latina, por ejemplo, la fe católica se encuentra en decadencia debido, principalmente, a la inserción de doctrinas protestantes y, por otra parte, se encuentra sumida en un proceso de cambio de visión (dejando atrás el conservadurismo) por la cada vez más fortalecida Teología de la Liberación. En Europa, se propone combatir el socialismo o comunismo de los países de Europa del Este, combatiendo a su vez a la doctrina ortodoxa y, por otra parte, se propone frenar políticas públicas progresistas, principalmente en materia de derechos y libertad sexual. Para África y Asia, se propone expandir la fe católica, evangelizando zonas donde la religión católica no ha permeado. Así pues, comienza el largo papado de Juan Pablo II, que duró 26 años, convirtiéndose en uno de los más largos de la Curia Católica.

Sin embargo, la llegada del Opus Dei al papado personificado en Juan Pablo II no hace otra cosa que fortalecer, en gran medida, a los grupos conservadores dentro de la Iglesia Católica, agrandando su poder desmesuradamente y, por otra parte, conlleva al endurecimiento de la postura de la propia Iglesia en cuestiones tales como el aborto, el uso de preservativos, la homosexualidad y la eutanasia. Esto, a su vez, es contrarrestado con la imagen de un papa carismático, bondadoso, y sobre todo, adopta una cercanía con la gente como ningún pontífice lo había hecho antes. Esto, por supuesto, fue reforzado por los medios de comunicación, los cuales ayudaron a crear dicha imagen y, por otra parte, comenzaron un proceso de adoctrinamiento en masa, el cual fortaleció mucho la imagen de la Iglesia Católica en muchos países.

El regaño a Ernesto Cardenal, de la Teología de la Liberación, en pleno aeropuerto, era transmitido en vivo y en directo por las cámaras de televisión a lo largo y ancho de América Latina. El discurso crítico de Fidel Castro hacia el Papa y la Iglesia Católica durante su visita a Cuba, era acallado y ocultado. Las supuestas visitas pastorales que hizo a México eran transmitidas en vivo, ocupando todo el espectro radioeléctrico mexicano. Los acuerdos de El Vaticano con Carlos Salinas de Gortari (quien derogó parte del Artículo 27 Constitucional para que la Iglesia pudiera ser dueña de sus posesiones, algo que se proclamó con las Leyes de Reforma, y que significa un retroceso en términos reales de tales leyes y al Estado Laico) eran ocultados, bajo la sonrisa de Juan Pablo II y su lema “México siempre fiel” (o siempre buey, mejor dicho). Las misas en la Basílica de Guadalupe dirigidas por Juan Pablo II, alentando el guadalupanismo, eran transmitidas en vivo en cadena nacional, y retransmitidas “por si no la viste”. El texto de Schulemburg, Abad del Templo del Tepeyac, en el sentido de que la Virgen de Guadalupe no existió, eran ocultadas o, bien, atacadas y satanizadas. Las misas de canonización de los “mártires” de la Guerra Cristera eran transmitidas en vivo. El apoyo de Samuel Ruiz al movimiento zapatista, era condenado. Las visitas de Marcial Maciel a Juan Pablo II eran nota en los principales noticieros. Las acusaciones de pederastia en contra del líder de los Legionarios de Cristo, eran acalladas.

Hubo cosas buenas en Juan Pablo II, como el reconocimiento de los errores históricos de la Iglesia, o bien la condena al neoliberalismo. Sin embargo, siempre hubo una campaña en medios que funcionó bien. Miles de gentes salían a las calles a recibir a Juan Pablo II al país al que fueran, desconociendo que el Estado de su país le pagaba a El Vaticano de sus propios impuestos para que el papa fuera a sus países, tal cual estrella de rock. El resultado no miente: mucha gente (no sólo del catolicismo) considera a Juan Pablo II un gran líder, un gran Papa, y lo más cercano al legado de Jesucristo y a su propia persona. Nada más alejado de la realidad.

Juan Pablo II representa, para la Iglesia Católica, la oportunidad de recuperar muchos fieles que se han ido por las mismas posturas retrógradas de la Iglesia Católica, así como de los escándalos en los que se ha visto inmersa en la última década, y de atraer otros más de otras religiones que se dejaron deslumbrar por la imagen de Juan Pablo II elaborada por los medios de comunicación.

Hablando en términos de marketing o muy capitalistas, recordemos que el mercado de El Vaticano y de la Iglesia Católica (al igual que el de todas las religiones) es el negocio de la fe, de la salvación eterna, y de la vida después de la muerte. En éste sentido, Juan Pablo II es una imagen que vende, es una marca que puede redituar muy buenos ingresos, materiales, espirituales y, por supuesto, de fe.

Seguir los parámetros tradicionales de beatificación y canonización era perder mucho tiempo, y lo que le falta a la Iglesia Católica para reposicionarse es precisamente eso: tiempo, debido a que el catolicismo se encuentra inmerso en una crisis de fe y credibilidad a nivel mundial (ya reconocido por el mismo papa y la Iglesia Católica). En éste sentido, la mejor vía de beatificación y canonización de Karol Wojtyla era por la vía del fast track, para comenzar a conseguir su objetivo, que es la recuperación de parte de su mercado.

Yo creo que la Iglesia si recuperará algo de su mercado perdido, principalmente en América Latina, donde la figura de Juan Pablo II permeó más que en ninguna parte. Sin embargo, la crisis recurrente y continua en la que se encuentra el catolicismo seguirá ahondándose, y veremos si el empuje y dinamismo que le inyectará la canonización de Juan Pablo II alcanzará para que la Iglesia se recupere y se encumbre como la máxima institución de la fe en América Latina y Europa.

Saludos. Dejen comentarios.

Reforma o muerte

Hola.

El pasado Viernes 16 de abril, estaba formado en la fila del Ticketmaster de la estación Lechería del tran suburbano desde las 6:20 (por cierto, fui el primero en llegar), esperando a que abrieran el local para adquirir mis boletos para Paul McCartney que, horas más tarde, me informarían que sólo se venderían por internet y teléfono. Independientemente del abuso que significó ésto por parte de OCESA y Ticketmaster, lo cierto es que mientras esperaba tenía que entrenerme en algo, pues serían 6 largas horas esperar a que abrieran el local. Adquirí el Reforma, y tras revisar las notas principales, llegué a la parte de las columnas políticas.

Gran (y grata) sorpresa me llevé cuando, después de leer la columna de Miguel Ángel Granados Chapa, me encontré una carta abierta que el teólogo Hans Küng hizo a los obispos católicos del mundo, siendo los medios de comunicación la única forma de hacerla llegar a sus destinatarios a lo largo y ancho del mundo. Cito a continuación la carta completa:

Estimados obispos,

Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, y yo fuimos entre 1962 1965 los dos teólogos más jóvenes del concilio. Ahora, ambos somos los más ancianos y los únicos que siguen plenamente en activo. Yo siempre he entendido también mi labor teológica como un servicio a la Iglesia. Por eso, preocupado por esta nuestra Iglesia, sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma, os dirijo una carta abierta en el quinto aniversario del acceso al pontificado de Benedicto XVI. No tengo otra posibilidad de llegar a vosotros.

Aprecié mucho que el papa Benedicto, al poco de su elección, me invitara a mí, su crítico, a una conversación de cuatro horas, que discurrió amistosamente. En aquel momento, eso me hizo concebir la esperanza de que Joseph Ratzinger, mi antiguo colega en la Universidad de Tubinga, encontrara a pesar de todo el camino hacia una mayor renovación de la Iglesia y el entendimiento ecuménico en el espíritu del Concilio Vaticano II.

Mis esperanzas, y las de tantos católicos y católicas comprometidos, desgraciadamente no se han cumplido, cosa que he hecho saber al papa Benedicto de diversas formas en nuestra correspondencia. Sin duda, ha cumplido concienzudamente sus cotidianas obligaciones papales y nos ha obsequiado con tres útiles encíclicas sobre la fe, la esperanza y el amor. Pero en lo tocante a los grandes desafíos de nuestro tiempo, su pontificado se presenta cada vez más como el de las oportunidades desperdiciadas, no como el de las ocasiones aprovechadas:

  • Se ha desperdiciado la oportunidad de un entendimiento perdurable con los judíos: el Papa reintroduce la plegaria preconciliar en la que se pide por la iluminación de los judíos y readmite en la Iglesia a obispos cismáticos notoriamente antisemitas, impulsa la beatificación de Pío XII y sólo se toma en serio al judaísmo como raíz histórica del cristianismo, no como una comunidad de fe que perdura y que tiene un camino propio hacia la salvación. Los judíos de todo el mundo se han indignado con el predicador pontificio en la liturgia papal del Viernes Santo, en la que comparó las críticas al Papa con la persecución antisemita.
  • Se ha desperdiciado la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes; es sintomático el discurso de Benedicto en Ratisbona, en el que, mal aconsejado, caricaturizó al islam como la religión de la violencia y la inhumanidad, atrayéndose así la duradera desconfianza de los musulmanes.
  • Se ha desperdiciado la oportunidad de la reconciliación con los pueblos nativos colonizados de Latinoamérica: el Papa afirma con toda seriedad que estos “anhelaban” la religión de sus conquistadores europeos.
  • Se ha desperdiciado la oportunidad de ayudar a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación, aprobando los métodos anticonceptivos, y en la lucha contra el sida, admitiendo el uso de preservativos.
  • Se ha desperdiciado la oportunidad de concluir la paz con las ciencias modernas: reconociendo inequívocamente la teoría de la evolución y aprobando de forma diferenciada nuevos ámbitos de investigación, como el de las células madre.
  • Se ha desperdiciado la oportunidad de que también el Vaticano haga, finalmente, del espíritu del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia católica, impulsando sus reformas.

Este último punto, estimados obispos, es especialmente grave. Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio. Incluso se sitúa expresamente contra el concilio ecuménico, que según el derecho canónico representa la autoridad suprema de la Iglesia católica:

  • Ha readmitido sin condiciones en la Iglesia a los obispos de la Hermandad Sacerdotal San Pío X, ordenados ilegalmente fuera de la Iglesia católica y que rechazan el concilio en aspectos centrales.
  • Apoya con todos los medios la misa medieval tridentina y él mismo celebra ocasionalmente la eucaristía en latín y de espaldas a los fieles.
  • No lleva a efecto el entendimiento con la Iglesia anglicana, firmado en documentos ecuménicos oficiales (ARCIC), sino que intenta atraer a la Iglesia católico-romana a sacerdotes anglicanos casados renunciando a aplicarles el voto de celibato.
  • Ha reforzado los poderes eclesiales contrarios al concilio con el nombramiento de altos cargos anticonciliares (en la Secretaría de Estado y en la Congregación para la Liturgia, entre otros) y obispos reaccionarios en todo el mundo.

El Papa Benedicto XVI parece alejarse cada vez más de la gran mayoría del pueblo de la Iglesia, que de todas formas se ocupa cada vez menos de Roma y que, en el mejor de los casos, aún se identifica con su parroquia y sus obispos locales.

Sé que algunos de vosotros padecéis por el hecho de que el Papa se vea plenamente respaldado por la curia romana en su política anticonciliar. Esta intenta sofocar la crítica en el episcopado y en la Iglesia y desacreditar por todos los medios a los críticos. Con una renovada exhibición de pompa barroca y manifestaciones efectistas cara a los medios de comunicación, Roma trata de exhibir una Iglesia fuerte con un “representante de Cristo” absolutista, que reúne en su mano los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la política de restauración de Benedicto ha fracasado. Todas sus apariciones públicas, viajes y documentos no son capaces de modificar en el sentido de la doctrina romana la postura de la mayoría de los católicos en cuestiones controvertidas, especialmente en materia de moral sexual. Ni siquiera los encuentros papales con la juventud, a los que asisten sobre todo agrupaciones conservadoras carismáticas, pueden frenar los abandonos de la Iglesia ni despertar más vocaciones sacerdotales.

Precisamente vosotros, como obispos, lo lamentaréis en lo más profundo: desde el concilio, decenas de miles de obispos han abandonado su vocación, sobre todo debido a la ley del celibato. La renovación sacerdotal, aunque también la de miembros de las órdenes, de hermanas y hermanos laicos, ha caído tanto cuantitativa como cualitativamente. La resignación y la frustración se extienden en el clero, precisamente entre los miembros más activos de la Iglesia. Muchos se sienten abandonados en sus necesidades y sufren por la Iglesia. Puede que ese sea el caso en muchas de vuestras diócesis: cada vez más iglesias, seminarios y parroquias vacíos. En algunos países, debido a la carencia de sacerdotes, se finge una reforma eclesial y las parroquias se refunden, a menudo en contra de su voluntad, constituyendo gigantescas “unidades pastorales” en las que los escasos sacerdotes están completamente desbordados.

Y ahora, a las muchas tendencias de crisis todavía se añaden escándalos que claman al cielo: sobre todo el abuso de miles de niños y jóvenes por clérigos -en Estados Unidos, Irlanda, Alemania y otros países- ligado todo ello a una crisis de liderazgo y confianza sin precedentes. No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005), en la que ya bajo Juan Pablo II se recopilaron los casos bajo el más estricto secreto. Todavía el 18 de mayo de 2001, Ratzinger enviaba un escrito solemne sobre los delitos más graves (Epistula de delitos gravioribus) a todos los obispos. En ella, los casos de abusos se situaban bajo elsecretum pontificium, cuya vulneración puede atraer severas penas canónicas. Con razón, pues, son muchos los que exigen al entonces prefecto y ahora Papa un mea culpa personal. Sin embargo, en Semana Santa ha perdido la ocasión de hacerlo. En vez de ello, el Domingo de Ramos movió al decano del colegio cardenalicio a levantar urbi et orbe testimonio de su inocencia.

Las consecuencias de todos estos escándalos para la reputación de la Iglesia católica son devastadoras. Esto es algo que también confirman ya dignatarios de alto rango. Innumerables curas y educadores de jóvenes sin tacha y sumamente comprometidos padecen bajo una sospecha general. Vosotros, estimados obispos, debéis plantearos la pregunta de cómo habrán de ser en el futuro las cosas en nuestra Iglesia y en vuestras diócesis. Sin embargo, no querría bosquejaros un programa de reforma; eso ya lo he hecho en repetidas ocasiones, antes y después del concilio. Sólo querría plantearos seis propuestas que, es mi convicción, serán respaldadas por millones de católicos que carecen de voz.

  1.  No callar: en vista de tantas y tan graves irregularidades, el silencio os hace cómplices. Allí donde consideréis que determinadas leyes, disposiciones y medidas son contraproducentes, deberíais, por el contrario, expresarlo con la mayor franqueza. ¡No enviéis a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma!
  2.  Acometer reformas: en la Iglesia y en el episcopado son muchos los que se quejan de Roma, sin que ellos mismos hagan algo. Pero hoy, cuando en una diócesis o parroquia no se acude a misa, la labor pastoral es ineficaz, la apertura a las necesidades del mundo limitada, o la cooperación mínima, la culpa no puede descargarse sin más sobre Roma. Obispo, sacerdote o laico, todos y cada uno han de hacer algo para la renovación de la Iglesia en su ámbito vital, sea mayor o menor. Muchas grandes cosas en las parroquias y en la Iglesia entera se han puesto en marcha gracias a la iniciativa de individuos o de grupos pequeños. Como obispos, debéis apoyar y alentar tales iniciativas y atender, ahora mismo, las quejas justificadas de los fieles.
  3. Actuar colegiadamente: tras un vivo debate y contra la sostenida oposición de la curia, el concilio decretó la colegialidad del Papa y los obispos en el sentido de los Hechos de los Apóstoles,donde Pedro tampoco actuaba sin el colegio apostólico. Sin embargo, en la época posconciliar los papas y la curia han ignorado esta decisión central del concilio. Desde que el papa Pablo VI, ya a los dos años del concilio, publicara una encíclica para la defensa de la discutida ley del celibato, volvió a ejercerse la doctrina y la política papal al antiguo estilo, no colegiado. Incluso hasta en la liturgia se presenta el Papa como autócrata, frente al que los obispos, de los que gusta rodearse, aparecen como comparsas sin voz ni voto. Por tanto, no deberíais, estimados obispos, actuar solo como individuos, sino en comunidad con los demás obispos, con los sacerdotes y con el pueblo de la Iglesia, hombres y mujeres.
  4. La obediencia ilimitada sólo se debe a Dios: todos vosotros, en la solemne consagración episcopal, habéis prestado ante el Papa un voto de obediencia ilimitada. Pero sabéis igualmente que jamás se debe obediencia ilimitada a una autoridad humana, solo a Dios. Por tanto, vuestro voto no os impide decir la verdad sobre la actual crisis de la Iglesia, de vuestra diócesis y de vuestros países. ¡Siguiendo en todo el ejemplo del apóstol Pablo, que se enfrentó a Pedro y tuvo que “decirle en la cara que actuaba de forma condenable” (Gal 2, 11)! Una presión sobre las autoridades romanas en el espíritu de la hermandad cristiana puede ser legítima cuando estas no concuerden con el espíritu del Evangelio y su mensaje. La utilización del lenguaje vernáculo en la liturgia, la modificación de las disposiciones sobre los matrimonios mixtos, la afirmación de la tolerancia, la democracia, los derechos humanos, el entendimiento ecuménico y tantas otras cosas sólo se han alcanzado por la tenaz presión desde abajo.
  5. Aspirar a soluciones regionales: es frecuente que el Vaticano haga oídos sordos a demandas justificadas del episcopado, de los sacerdotes y de los laicos. Con tanta mayor razón se debe aspirar a conseguir de forma inteligente soluciones regionales. Un problema especialmente espinoso, como sabéis, es la ley del celibato, proveniente de la Edad Media y que se está cuestionando con razón en todo el mundo precisamente en el contexto de los escándalos por abusos sexuales. Una modificación en contra de la voluntad de Roma parece prácticamente imposible. Sin embargo, esto no nos condena a la pasividad: un sacerdote que tras madura reflexión piense en casarse no tiene que renunciar automáticamente a su estado si el obispo y la comunidad le apoyan. Algunas conferencias episcopales podrían proceder con una solución regional, aunque sería mejor aspirar a una solución para la Iglesia en su conjunto. Por tanto:
  6. Exigir un concilio: así como se requirió un concilio ecuménico para la realización de la reforma litúrgica, la libertad de religión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, lo mismo ocurre en cuanto a solucionar el problema de la reforma, que ha irrumpido ahora de forma dramática. El concilio reformista de Constanza en el siglo previo a la Reforma acordó la celebración de concilios cada cinco años, disposición que, sin embargo, burló la curia romana. Sin duda, esta hará ahora cuanto pueda para impedir un concilio del que debe temer una limitación de su poder. En todos vosotros está la responsabilidad de imponer un concilio o al menos un sínodo episcopal representativo.

La apelación que os dirijo en vista de esta Iglesia en crisis, estimados obispos, es que pongáis en la balanza la autoridad episcopal, revalorizada por el concilio. En esta situación de necesidad, los ojos del mundo están puestos en vosotros. Innúmeras personas han perdido la confianza en la Iglesia católica. Para recuperarla sólo valdrá abordar de forma franca y honrada los problemas y las reformas consecuentes. Os pido, con todo el respeto, que contribuyáis con lo que os corresponda, cuando sea posible en cooperación con el resto de los obispos; pero, si es necesario, también en solitario, con “valentía” apostólica (Hechos 4, 29-31). Dad a vuestros fieles signos de esperanza y aliento y a nuestra iglesia una perspectiva.

Os saluda, en la comunión de la fe cristiana, Hans Küng.

Lo sorprendente de ésta carta, que ha causado revuelo en México y el mundo, son varias cosas:

  1. La carta proviene de un obiospo participante en el Concilio Vaticano II;
  2. El reconocimiento general de todos los errores que ha cometido la Iglesia en los últimos tiempos, y que ha ocasionado un gran cisma en la misma;
  3. El llamado de atención sobre la ocupación de los puestos claves en la Iglesia por parte de conservadores y oscurantistas;
  4. La cada vez menor congregación en los templos por parte de los fieles, quienes no ven en la Iglesia Católica una representación legítima de su fe.
  5. La condena al proteccionismo por parte de Ratzinger a curas envueltos en escándalos sexuales y/o de pederastía, y la más importante de todas:
  6. La convocatoria a una gran insurrección dentro de la propia Iglesia, que obligue a convocar a otro concilio ecuménico que reforme a la Iglesia, en temas como:
    • El celibato (un gran debate sobre si es obsoleto o no);
    • El papel de Roma y el Papa y su incidencia en las parroquias;
    • Debate sobre la lealtad al Papa o a Dios;
    • Un cambio en el lenguaje y discurso de la propia Iglesia hacia sus fieles, realizar soluciones regionales (es decir, que haya una especie de federalismo religioso. Si bien es sumamente bizarro el concepto que planteo, creo que encierra la idea), y

Desde mi perspectiva, creo que Hans Küng es sensato. Su propuesta puede salvar a la Iglesia Católica y la puede sacar desde la más grande crisis que tiene ésta institución desde la Reforma Protestante. Sin embargo, hay que ver si los intereses (de todo tipo, incluyendo los económicos) permiten ésta gran reforma que para el Catolicismo suena necesario y (como dirían los diputados) de urgente resolución. De otra forma, la crisis dentro de la Iglesia se profundizará y correrán (en términos reales) de convertirse en una religión minoritaria, o de plano desaparecer de la faz de la Tierra.

Es decir, la Iglesia sólo tiene dos sopas: Reforma, o muerte.

Saludos. dejen comentarios.